miércoles, 25 de mayo de 2016

25 de Mayo, día del Orgullo Friki.

Hoy las redes sociales ardían. #orgullofriki era el lema. O el "hastag", mejor dicho. Hasta en el telediario le han dedicado algunos minutos.
En Frikibooks llevamos todo el día mano sobre mano, a la espera de los pedidos. Hemos anunciado en Twitter y Facebook un 10 % de descuento, pero por el momento nadie ha hecho uso de la oferta.
No. Hoy será un día tranquilo, como tantos otros. Los frikis son eso, frikis, y no necesitan de un día especial para sentirse orgullosos consigo mismo, o para lanzarse a consumir todo lo que su frikismo le sugiera. Sin querer menospreciar a otros colectivos, el friki, por naturaleza, se despierta orgulloso de su condición cada mañana. Como si de una obsesión se tratase, el friki nunca deja de cultivar su pasión, día a día.
Por eso, hoy no esperamos ningún pedido excepcional. Simplemente nos damos por satisfechos si mañana, como cualquier otro día, algún friki nos solicita por alguno de los libros de nuestro catálogo.

jueves, 24 de abril de 2014

"Muchos años después, frente a un cine de Ciudad de México, el coronel García Márquez había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo". No me vendría mal una bolsa de cubitos de hielo para el ojo, pensó, instantes después de que Vargas Llosa se soltara una hostia como un pan. Así es, Varguitas, el muy pendejo, se lo estaba montando con una sueca de dos metros y su mujer, Patricia, no cabía por la puerta de la cornucopia que llevaba encima. Y así se lo hicieron saber el bueno de Gabo y Merceditas, que no pudieron morderse la lengua. Él extendió los brazos y el peruano le propinó un gancho de derechas digno del propio Kid Brown. Y tras comer en casa de uno y tomar el café en la del otro, alguien puso cianuro en la merendola. Así fue cómo Historia de un Deicidio despareció del panorama editorial retirando incluso los ejemplares de la recién publicada segunda edición. Feliz día del libro.

martes, 26 de noviembre de 2013

Sobre la dudosa procedencia de los libros



            Muchos son nuestros clientes los que constantemente nos preguntan que de dónde sacamos los libros. Y esta pregunta, en apariencia sencilla, no es tan fácil de responder.
            Unas veces nos los traen. Otras, vamos a por ellos. Pero en la mayoría de los casos, los libros ya estaban aquí. Para formar una colección como la de frikibooks se necesita un buen almacén, algo de criterio, pero sobre todo, años y años de reposo sobre una estantería.
            Los libros, como el vino, agradecen el envejecimiento compartiendo similares características. No es lo mismo descansar sobre una estantería metálica que sobre una de madera, del mismo modo que entre las de madera, no es lo mismo una balda de roble que una de aglomerado. Los libros cogen forma, el papel absorbe el aroma del ambiente, y todo rastro de su anterior propietario, en vez de diluirse, en un acto de simbiosis, le da al libro otras lecturas; un subrayado, una dedicatoria, una flor seca o un marcapáginas de una librería ya desaparecida pueden hacerles incrementar su valor.
            Sobre cómo van a parar a la estantería hay diversos modos. Normalmente, durante el día a día, el librero sobrevive a base de best-seller. En una compra de treinta o cuarenta libros que trae una señora en su carrito, por poner un ejemplo, puede haber entre un setenta y un ochenta por ciento de libros que son relativamente fáciles de vender a precios competitivos y que no van más allá del escaparate o el mostrador: Autores como Agatha Christie, Sven Hassel o Rafael Pérez y Pérez. Títulos que se venden solos como Cien años de soledad, El señor de las moscas o Don Quijote… Pero es el otro veinte o treinta por ciento el que, tras pasar una criba de calidad, tiene opciones para entrar a formar parte de ese macerado especial en estantería de roble.
Son fundamentales las condiciones ambientales del almacén
            Descartados entonces esos volúmenes que no tienen valor o no interesan a nadie, como manuales de medicina obsoletos, semblanzas biográficas de auténticos desconocidos o los libros de la editorial Reno, quedará aproximadamente un cinco por ciento, es decir, dos o tres libros que son auténticas joyas y que a veces son difíciles de clasificar. En algún caso se puede tratar de un objeto de colección, tal como un álbum de cromos. Otras veces, lo que antes se veía como algo cotidiano, hoy puede ser algo por completo políticamente incorrecto. Por lo general, se trata de ese libro del que habías oído hablar alguna vez, pero que nadie lo ha visto en circulación, o por el contrario, de un título que por su relevancia, te sorprende que apenas haya referencias de él. En definitiva, libros que no te explicas cómo han ido a parar ahí.
            La labor de tasación de estos ejemplares es tan relativa y depende de tantos factores que a veces conviene dejarlos sin precio. Y es entonces cuando se les busca un hueco por el almacén, en alguna estantería oscura, fría y seca, tumbado o de pie, pero siempre lo suficientemente lejos del trasiego de las manos de algún cliente, que siempre con permiso y bajo vigilancia, pueda tener acceso a la parte trasera de la librería.
            En este proceso de envejecimiento son fundamentales las condiciones ambientales del almacén. Sus parámetros constantes de temperatura, luz y humedad. La estanqueidad respecto a humos, olores, vibraciones… Al igual que los buenos vinos, los libros requieren de tranquilidad.
            A partir de la primera década de reposo, el libro va adquiriendo una mínima pátina de polvo, y ya a partir del segundo o tercer decenio, es posible sacudir un ejemplar contra otro y observar una nube que se forma de polvo limpio y fino, que se deja respirar, cargado de un aroma único e indescriptible: el olor del libro viejo.
            Pasado todo ese tiempo, un día, al ir a depositar uno de estos ejemplares en la parte trasera del almacén, al mover unos montones, es cuando detrás de una fila de libros aparece una de estas rarezas que decides poner a la venta. Sobre el origen y cómo llegó esa pieza a ese rincón oscuro del almacén, por supuesto, es algo que ignoras. Y por eso, más tarde, al ser preguntado sobre la procedencia del ejemplar, les aseguro que es cierto cuando digo que lo desconozco.

viernes, 9 de agosto de 2013

Onassis

        Cada cierto tiempo, a veces semanas, a veces meses, aparece por la librería un hombre con una lista de libros escrita -en rotulador Edding 1200 azul- sobre un trozo de papel. Es un tipo meticuloso, bastante excéntrico. Se acerca, mira un poco sobre el mostrador y saca el papel escrupulosamente plegado de la gabardina:
            -¿Tiene Ud. algo de esto?
            Lo tiende hacia mi, lo cojo, hago como que lo leo con interés y se lo devuelvo haciendo una mueca.
            -Lo siento, no me ha entrado nada esta vez.
            Aunque conozco la lista de memoria –Onassis, Dove, Álvaro Baeza, Hitler (de Bruguera)-, siempre la leo para que el hombre no se sienta decepcionado. Y a veces, algunas veces, porque el listado trae novedades, o porque algunos títulos se han caído de la lista definitivamente. Por ejemplo, en la última ocasión, al final traía un título añadido, un tema que era la primera vez por el que mostraba interés: “Operación Malaya”. Y la verdad, desconozco la bibliografía pertinente sobre el escándalo marbellí, pero andaba por aquí un título que versaba sobre otro conocido caso de corrupción patrio, y que el tipo no dudó en abonar los 20 euros que le pedí por el folletín.
            Es buen pagador. Algo excéntrico, como digo, pero educado y buen pagador. Ese día solo se llevó ese libro, pero en otras ocasiones se los ha llevado hasta de tres en tres. Hubo una larga temporada que no le vimos, durante la cual hicimos acopio de hasta tres ejemplares de Dove. Y cuando apareció el señor envuelto en su gabardina, ya al final de la primavera, se le encendió el rostro al ver los libros, casi en perfecto estado de conservación.
            Sí, no sé muy bien por qué, pero el tipo se lleva el mismo libro repetido. No sé cuántas biografías de Onassis le he podido vender, ni cuántos Hitler de Bruguera. Quizá los quiera para regalar. O a lo mejor le gusta acumularlos. O quien sabe, sólo los quiere para destruirlos. Pero lo cierto es que cada día se va haciendo más difícil encontrar libros de la lista, y yo me temo que es porque poco a poco ha ido acaparando todos los ejemplares, y ya quedan muy poquitos en circulación.
            Como digo es un tipo raro. Pero si por casualidad cae en mis manos algún libro de Onassis, de Dove o alguno de los de Álvaro Baeza, esos ya sé que los tengo colocados.

martes, 19 de febrero de 2013

Hijos de la droga

Esta portada no duraría mucho...

    Hay libros que suponen la bandera de toda una generación. Libros que son el reflejo de un estilo de vida, con sus grandezas y sus miserias, y que para poder identificarlo con exactitud, la lectura de estos escritos se hace obligatoria. Novelas como “On the road” lo fue para los Beats, o “Historias del Kronen” lo fue para una parte de la juventud española de los noventa.
Hijos de la droga, Círculo de Lectores, 1988
   Sin duda, si hay un libro que represente los valores y los usos sociales de una generación maldita, como es a la que golpeó la droga en los ochenta, ese es “Hijos de la Droga” (Wir kinder vom banhof zoo; Los niños de la estación del zoo; 1978). En plena guerra fría, con la sociedad cada vez más deshumanizada, el consumo de alcohol y drogas se extiende rápidamente por todas las capas sociales y comienza a causar estragos entre los más débiles, los jóvenes, que por entonces desconocían las consecuencias y repercusiones que el consumo de estas sustancias podía acarrear.
    La desinformación que existía en torno a este asunto era absoluta, así que pronto empezaron a circular las primeras voces de alarma en forma de literatura. En Estados Unidos aparecieron libros como “Pregúntale a Alicia” (1973), o “Sara T., el retrato de una joven alcohólica” (1968), pero hasta entonces ninguno se había metido de lleno con el problema de la heroína, que en ese momento empezaba a golpear duro en Europa.
    Hasta esa fecha, la historia de la literatura “yonki” siempre había retratado a la “jeringuilla” desde un punto de vista romántico. Los adictos a la aguja hipodérmica eran ricos y famosos productores de Hollywood en las novelas de Raymond Chandler, o carismáticos rebeldes sin causa en los relatos de Burroughs. Por eso, cuando los periodistas alemanes Kai Hermann y Horst Hieck investigaban la muerte por sobredosis de una joven berlinesa de catorce años, se encontraron con el testimonio de Christiane Vera Felscherinow, una de las amigas de la víctima, y decidieron publicar la historia en forma de novela.
    La que iba a ser una entrevista de dos horas se prolongó durante dos meses, y es de esta manera como los dos periodistas pudieron recopilar todo el material para generar la novela, que parte del juicio contra Christiane, la protagonista, por prostitución y consumo de drogas. No, no es precisamente una novela cargada de recursos literarios, de giros poéticos o de protagonistas Joycianos, pero lo cierto es que cuenta con todos los elementos necesarios para constituir todo un pelotazo editorial.
    "Los niños de la estación del zoo" no es sólo una novela de denuncia. Es también una historia de aventuras, de tragedias, de viajes, de traiciones y de amor. Del amor entre Christiane y Detlef, que es el hilo argumental de la novela. Pero también del amor, o en este caso desamor, entre los padres de Christiane, o entre la propia Christiane y sus padres. La incomunicación intergeneracional, la lucha por la supervivencia y el drama que supone vivir en una sociedad hostil y rodeada de hormigón son el entorno sobre el que se mueven los protagonistas y donde el lector puede encontrar su fiel reflejo de la cotidianeidad.
Christiane Vera F. en 2006
Por lo demás, se puede decir que esta novela sería la que sentara las bases para crear el recurrente estereotipo de la “Escalada de la droga”. Los niños de la estación del zoo, no son otros que la pandilla de amigos de la parroquia, que un día decidieron probar algo más que los refrescos de cola. Sus idas y venidas por los centros de desintoxicación (entre los que van sobreviviendo) y sus sucesivas recaídas sumen al lector en la desesperada búsqueda de un final, alegre o triste, pero que ponga fin a semejante tragedia.
    Lo cierto es que treinta y cinco años más tarde la novela continúa sin final. Durante un tiempo se dijo que toda la historia era un fraude, pero Christiane Vera Felscherinow lo desmentiría, afirmando que además seguía coqueteando con la heroína. En 2008, y después de algún que otro escándalo, la justicia alemana le retiraría la custodia de su hijo por su continuado consumo de esta sustancia. En la actualidad, Christiane cuenta con su perfil personal en Facebook, donde en su álbum de fotos podemos ver algunas imágenes de Detlef, Stella, Axel y Babsi, e incluso unos dibujos de ésta.
    El éxito que tuvo la novela nada más ser publicada en Alemania fue arrollador, por lo que rápidamente se tradujo a otros idiomas del entorno e incluso se llegó a hacer una película, hoy de culto. En España hubo hasta tres ediciones del libro con diferentes títulos [“Los niños de la estación del Zoo” (Argos Vergara, 1979), “Hijos de la Droga” (Círculo, 1982) y “Yo, Christian F.” (Círculo, 1988)], pero hoy resulta bastante difícil encontrarlo. De los seis u ocho ejemplares que podemos adquirir en librerías de Internet (entre ellas en la nuestra), cifra bastante baja para las decenas de miles de ejemplares que se debieron imprimir, el precio (a fecha de 2013) oscila entre los 40 y los 100 euros. Aunque si uno no es muy fetichista y le basta con leerlo, también circula gratis en pdf por la red.


viernes, 1 de febrero de 2013

Sociología insolente del fútbol español

Sociología insolente del fútbol español
    Esta semana ha ocurrido algo tan insólito como mágico. Con tan solo siete días de diferencia nos han llegado, a través de diferentes proveedores, dos libros, dos títulos tan llamativos como raros de encontrar, y que conforman, a falta de una recopilación de artículos, y por supuesto, los artículos originales, la obra publicada completa de un periodista: Francisco "Cuco" Cerecedo.
Figuras de la fiesta nacional
    El primero de ellos, "Figuras de la Fiesta Nacional" (Madrid, Sedmay, 1977), fue un best-seller que contó con varias ediciones y antes circulaba mucho por las librerías de segunda mano, pero que hoy ya escasea. Y el segundo, "Sociología insolente del fútbol español" (Madrid, APE, 1998), que supone toda una pieza de coleccionismo, pues se trata de la edición no venal que la Asociación de Periodistas Europeos publicó para el "XV Premio de Periodismo Francisco Cerecedo", el premio que lleva el nombre del autor, y donde se recuperan los textos que publicó en el semanario "Posible" con el subtítulo de "Historia del franquismo contada con sencillez", que entonces, en 1974, "constituyó una de las primeras y más aceradas críticas que la prensa española de la época realizó sobre el franquismo". Lo cierto es que hoy, la lectura de estas crónicas, ayudan a comprender algunas situaciones que se dan en los estadios de fútbol y que van más allá del terreno deportivo.
    Cerecedo ejercitó su pluma con gran maestría desde el dinamitado diario "Madrid", donde cada lunes tenía su crónica futbolística. "El gol geopolítico" (Madrid, APE, 2007), el tercer libro de su autoría, recoge las cien mejores crónicas balompédicas del genial reportero publicadas entre 1968 y 1971, y es el libro de estilo que todo buen informador deportivo debería guardar en su mesilla de noche (o gratis en un pendrive, chico, es lo que tienen las nuevas tecnologías).
Combatiente Polisario (Foto: Roberto Cerecedo)
    Pero donde de verdad encontramos al auténtico Cuco Cerecedo es en el terreno político. Había estudiado derecho para abandonarlo de inmediato por la práctica periodística, siempre con su cámara al hombro, interesado por los más desfavorecidos: en América con los Tupac Amaru; en el Sáhara con los Polisarios; con los Palestinos en Oriente Medio... "Hacía viajes raros al tercer mundo, para la cosa de la revolución", dice Francisco Umbral en el prólogo de "Figuras de la fiesta nacional". Trabajó también para "Blanco y Negro", "Cambio 16" y "Diario 16", desde donde este todo terreno cubría hasta la información taurina.
    Producto de ello es su "Figuras de la fiesta nacional", una crónica cómico-burlesca del panorama político nacional, por donde pasean personajes como Manuel Fraga "El niño del referéndum", Arias Navarro "El carnicerito de Málaga", Santiago Carrillo "Currito de la Zarzuela", o Adolfo Suárez "El posturas de la Moncloa", y al que la Biblioteca Friki Española no tiene por menos que dedicarle, junto a libros como el de "Celtiberia Show" de Luis Carandell, un anaquel en exclusiva.
    Para forjar aun más su leyenda, conviene señalar que murió joven, con tan solo 37 años, y además en pleno fragor de la batalla. Se encontraba en Bogotá, el día 2 de septiembre de 1977, cubriendo la primera gira oficial de Felipe González como líder de la oposición. El que más tarde sería presidente, pensó que era otra de las resacas de Cuco, pero no, se encontraba en su habitación luchando con un aneurisma cerebral que horas más tarde le iba a costar la vida.
    Como James Dean vivió rápido, murió joven, y dejó un cadáver bonito (al menos en esa época, en que los pantalones de campana y las barbas desaliñadas estaban de moda). Afortunadamente, su hermano, Roberto Cerecedo, ha seguido sus pasos, y además de haber publicado una semblanza biográfica de Cuco, "La última vez que nací. Aproximación al periodista Francisco Cerecedo" (Barcelona, Ediciones B, 2002), nos deja auténticas perlas fotoperiodísticas en su blog.
Cuco Cerecedo, De la Quadra Salcedo y José Luis Márquez. Yemen del Sur (Foto: Roberto Cerecedo)