Cada cierto
tiempo, a veces semanas, a veces meses, aparece por la librería un hombre con
una lista de libros escrita -en rotulador Edding 1200 azul- sobre un trozo de
papel. Es un tipo meticuloso, bastante excéntrico. Se acerca, mira un poco sobre
el mostrador y saca el papel escrupulosamente plegado de la gabardina:
-¿Tiene Ud. algo de esto?
Lo tiende hacia mi, lo cojo, hago
como que lo leo con interés y se lo devuelvo haciendo una mueca.
-Lo siento, no me ha entrado nada
esta vez.

Es
buen pagador. Algo excéntrico, como digo, pero educado y buen pagador. Ese día
solo se llevó ese libro, pero en otras ocasiones se los ha llevado hasta de
tres en tres. Hubo una larga temporada que no le vimos, durante la cual hicimos
acopio de hasta tres ejemplares de Dove. Y cuando apareció el señor envuelto en
su gabardina, ya al final de la primavera, se le encendió el rostro al ver los
libros, casi en perfecto estado de conservación.
Sí,
no sé muy bien por qué, pero el tipo se lleva el mismo libro repetido. No sé
cuántas biografías de Onassis le he podido vender, ni cuántos Hitler de
Bruguera. Quizá los quiera para regalar. O a lo mejor le gusta acumularlos. O
quien sabe, sólo los quiere para destruirlos. Pero lo cierto es que cada día se
va haciendo más difícil encontrar libros de la lista, y yo me temo que es
porque poco a poco ha ido acaparando todos los ejemplares, y ya quedan muy
poquitos en circulación.
Como
digo es un tipo raro. Pero si por casualidad cae en mis manos algún libro de
Onassis, de Dove o alguno de los de Álvaro Baeza, esos ya sé que los tengo
colocados.
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