Muchos
son nuestros clientes los que constantemente nos preguntan que de dónde sacamos
los libros. Y esta pregunta, en apariencia sencilla, no es tan fácil de
responder.
Unas
veces nos los traen. Otras, vamos a por ellos. Pero en la mayoría de los casos,
los libros ya estaban aquí. Para formar una colección como la de frikibooks se necesita un buen almacén, algo
de criterio, pero sobre todo, años y años de reposo sobre una estantería.
Los
libros, como el vino, agradecen el envejecimiento compartiendo similares
características. No es lo mismo descansar sobre una estantería metálica que sobre
una de madera, del mismo modo que entre las de madera, no es lo mismo una balda
de roble que una de aglomerado. Los libros cogen forma, el papel absorbe el aroma
del ambiente, y todo rastro de su anterior propietario, en vez de diluirse, en
un acto de simbiosis, le da al libro otras lecturas; un subrayado, una
dedicatoria, una flor seca o un marcapáginas de una librería ya desaparecida
pueden hacerles incrementar su valor.
Sobre
cómo van a parar a la estantería hay diversos modos. Normalmente, durante el
día a día, el librero sobrevive a base de best-seller. En una compra de treinta
o cuarenta libros que trae una señora en su carrito, por poner un ejemplo,
puede haber entre un setenta y un ochenta por ciento de libros que son
relativamente fáciles de vender a precios competitivos y que no van más allá
del escaparate o el mostrador: Autores como Agatha Christie, Sven Hassel o
Rafael Pérez y Pérez. Títulos que se venden solos como Cien años de soledad,
El señor de las moscas o Don Quijote… Pero es el otro veinte o treinta por
ciento el que, tras pasar una criba de calidad, tiene opciones para entrar a
formar parte de ese macerado especial en estantería de roble.
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Son fundamentales las condiciones ambientales del almacén |
La
labor de tasación de estos ejemplares es tan relativa y depende de tantos
factores que a veces conviene dejarlos sin precio. Y es entonces cuando se les
busca un hueco por el almacén, en alguna estantería oscura, fría y seca,
tumbado o de pie, pero siempre lo suficientemente lejos del trasiego de las
manos de algún cliente, que siempre con permiso y bajo vigilancia, pueda tener
acceso a la parte trasera de la librería.
En
este proceso de envejecimiento son fundamentales las condiciones ambientales
del almacén. Sus parámetros constantes de temperatura, luz y humedad. La
estanqueidad respecto a humos, olores, vibraciones… Al igual que los buenos
vinos, los libros requieren de tranquilidad.
A
partir de la primera década de reposo, el libro va adquiriendo una mínima
pátina de polvo, y ya a partir del segundo o tercer decenio, es posible sacudir
un ejemplar contra otro y observar una nube que se forma de polvo limpio y
fino, que se deja respirar, cargado de un aroma único e indescriptible: el olor del libro viejo.
Pasado
todo ese tiempo, un día, al ir a depositar uno de estos ejemplares en la parte
trasera del almacén, al mover unos montones, es cuando detrás de una fila de
libros aparece una de estas rarezas que decides poner a la venta. Sobre el
origen y cómo llegó esa pieza a ese rincón oscuro del almacén, por supuesto, es
algo que ignoras. Y por eso, más tarde, al ser preguntado sobre la procedencia
del ejemplar, les aseguro que es cierto cuando digo que lo desconozco.